Comenzando por que la investigación
científica posee prestigio por ser exacta y creíble por el hecho de que
sus descubrimientos se demuestran con experimentos y sus afirmaciones
se comprueban, ¿hay realmente tramposos en el mundo de la ciencia? Y si
es así, ¿cómo garantizar que los científicos no hagan trampa en su
negocio?
La respuesta pudiéndonos basar en datos comprobados es
que sí, efectivamente hay fraudes en el mundo de la ciencia,
concretamente más de 2.300 casos de posibles malas prácticas científicas
basándonos en un reciente estudio en EEUU publicado en la revista
Nature. En los aspectos teóricos, de planteamiento, deducción y
conclusión, la mentira se desvanece por la crítica dura de los demás
investigadores, los que al juzgar un escrito científico, desempeñan el
múltiple papel de colegas, jueces de línea y adversarios. La crítica
suele ser despiadada, para pesar y mortificación del científico novel,
subdesarrollado o inmaduro. Por ello en la ciencia moderna la patente
del oficio la suministra la publicación (no la impresión) del resultado
de los desvelos del interesado. Los descubrimientos más importantes y
muy competidos, son siempre sujetos a esta prueba, y, debido a ello, los
investigadores involucrados se esfuerzan muchísimo probando y
comprobando ellos mismos sus resultados. Aunque no falta quien, por
precipitación o impericia, se lanza al ruedo. Normalmente las mentiras
–al menos las más gordas y significativas- siempre salen a la luz más
pronto que tarde ya sea por la misma comunidad científica (el mismo
colectivo) quienes le someterán a un rechazo y exclusión, o por
organizaciones encargadas de vigilar estos problemas, como la Oficina de
Integridad de la Investigación. La dificultad de descubrir a los
científicos tramposos es mayor en los campos científicos menos
importantes, ya que es poco interesante y escasamente beneficioso el
repetir experimentos poco glamorosos. En estas últimas áreas la crítica
experimental va con más lentitud y pueden pasar muchos años antes de que
alguien descubra "algo raro" en los datos del científico poco
escrupuloso.
Uno de los engaños más famosos, impactantes y
duraderos de la historia de la ciencia fue el Hombre de Piltdown. Este
engaño comenzó y se basó
en un cráneo, un diente suelto y una
mandíbula con dientes, descubiertos en Inglaterra en 1912 por un obrero
que los encontró en una carretera y se los entregó al arqueólogo Charles Dawson, el cual los presentó junto al paleontólogo Smith Woodward.
Durante años se pensó que correspondían al eslabón perdido entre el mono
y el hombre, denominándolo Eoanthropus dawsonii. Fueron aceptados por
la comunidad científica sin mayores análisis ya que "era perfecto e
idéntico a la idea que poseían sobre el eslabón perdido".
Pero
cada vez surgieron más dudas sobre su veracidad y su origen; hasta que,
finalmente el dentista A.T. Marston lo analizó y llego a la conclusión
de que los dientes de ese esqueleto correspondían a un orangután, el
diente suelto a un mono y el cráneo a un ser humano. A partir de
entonces los análisis demostraron que el color oscuro de los huesos se
debía a un tratamiento químico, para hacer homogéneas las diferencias de
color entre la mandíbula (más moderna) y el cráneo (más antiguo). Nadie
sabía quién cometió el fraude pero sobretodo culpaban al inocente
Charles Dawson, ya que le atribuían un gran interés por el experimento
por el hecho de que en las islas británicas no había sido descubierto
ningún fósil humano. Sin embargo, el profesor Douglas dejó a su muerte
una grabación donde desvelaba al verdadero autor de la falsificación, el
archifamoso profesor Sollas, que pretendía desprestigiar a su rival
Woodward, compañero de Dawson en esta historia. También existen otras
teorías que atribuyen la invención a otros hombres famosos de la época,
como la afirmación de Gould en la que acusa a Teilhard de Chardin de
participar en la "conspiración de Piltdown", además en las cartas que
Teilhard envió a uno de los científicos que descubrieron el engaño,
Gould afirma que Teilhard mintió para ocultar su participación en la
intriga. Hasta el momento se desconoce exactamente quién o quiénes
fueron los responsables del fraude. Sin embargo, Dawson sigue siendo el
principal sospechoso.
El plagio , el adjudicarse los hallazgos
del vecino sin acreditar la autoría, el jugar sucio, la falsificación,
las chapuzas en el laboratorio o el descubrimiento inventado, son
algunos de los muchos fraudes que se produjeron, se producen y se
producirán en el mundo de la ciencia con sus diversas ramas si no
intentamos poner fin a estas malas prácticas, creando donde todavía no
existan organizaciones, instituciones, fundaciones y diversas sanciones
contra esto y sin lugar a duda, cerrar el acceso a la financiación
federal y así finalizar la carrera científica a todo aquel que haga
trampas y una mala utilización de tan escasos recursos,
para
intentar beneficiarse a costa de estos falsos descubrimientos, afectando
así, sin percatarse, a muchos miles de científicos honestos y
escrupulosos de todo el mundo. Por ello muchos de estos científicos
tramposos no son conscientes de los efectos secundarios de sus actos,
por ello deberían plantearse antes una cuestión, ¿realmente vale la pena
arriesgarse?
Referencias:
http://es.wikipedia.org/wiki/Hombre_de_Piltdown
http://www.elpais.com/articulo/futuro/Cientificos/tramposos/elpepusocfut/20080702elpepifut_1/Tes
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