dilluns, 7 de novembre del 2011

Fraudes científicos



Comenzando por que la investigación científica posee prestigio por ser exacta y creíble por el hecho de que sus descubrimientos se demuestran con experimentos y sus afirmaciones se comprueban, ¿hay realmente tramposos en el mundo de la ciencia? Y si es así, ¿cómo garantizar que los científicos no hagan trampa en su negocio?
La respuesta pudiéndonos basar en datos comprobados es que sí, efectivamente hay fraudes en el mundo de la ciencia, concretamente más de 2.300 casos de posibles malas prácticas científicas basándonos en un reciente estudio en EEUU publicado en la revista Nature. En los aspectos teóricos, de planteamiento, deducción y conclusión, la mentira se desvanece por la crítica dura de los demás investigadores, los que al juzgar un escrito científico, desempeñan el múltiple papel de colegas, jueces de línea y adversarios. La crítica suele ser despiadada, para pesar y mortificación del científico novel, subdesarrollado o inmaduro. Por ello en la ciencia moderna la patente del oficio la suministra la publicación (no la impresión) del resultado de los desvelos del interesado. Los descubrimientos más importantes y muy competidos, son siempre sujetos a esta prueba, y, debido a ello, los investigadores involucrados se esfuerzan muchísimo probando y comprobando ellos mismos sus resultados. Aunque no falta quien, por precipitación o impericia, se lanza al ruedo. Normalmente las mentiras –al menos las más gordas y significativas- siempre salen a la luz más pronto que tarde ya sea por la misma comunidad científica (el mismo colectivo) quienes le someterán a un rechazo y exclusión, o por organizaciones encargadas de vigilar estos problemas, como la Oficina de Integridad de la Investigación. La dificultad de descubrir a los científicos tramposos es mayor en los campos científicos menos importantes, ya que es poco interesante y escasamente beneficioso el repetir experimentos poco glamorosos. En estas últimas áreas la crítica experimental va con más lentitud y pueden pasar muchos años antes de que alguien descubra "algo raro" en los datos del científico poco escrupuloso.


Uno de los engaños más famosos, impactantes y duraderos de la historia de la ciencia fue el Hombre de Piltdown. Este engaño comenzó y se basó
en un cráneo, un diente suelto y una mandíbula con dientes, descubiertos en Inglaterra en 1912 por un obrero que los encontró en una carretera y se los entregó al arqueólogo Charles Dawson, el cual los presentó junto al paleontólogo Smith Woodward. Durante años se pensó que correspondían al eslabón perdido entre el mono y el hombre, denominándolo Eoanthropus dawsonii. Fueron aceptados por la comunidad científica sin mayores análisis ya que "era perfecto e idéntico a la idea que poseían sobre el eslabón perdido".
Pero cada vez surgieron más dudas sobre su veracidad y su origen; hasta que, finalmente el dentista A.T. Marston lo analizó y llego a la conclusión de que los dientes de ese esqueleto correspondían a un orangután, el diente suelto a un mono y el cráneo a un ser humano. A partir de entonces los análisis demostraron que el color oscuro de los huesos se debía a un tratamiento químico, para hacer homogéneas las diferencias de color entre la mandíbula (más moderna) y el cráneo (más antiguo). Nadie sabía quién cometió el fraude pero sobretodo culpaban al inocente Charles Dawson, ya que le atribuían un gran interés por el experimento por el hecho de que en las islas británicas no había sido descubierto ningún fósil humano. Sin embargo, el profesor Douglas dejó a su muerte una grabación donde desvelaba al verdadero autor de la falsificación, el archifamoso profesor Sollas, que pretendía desprestigiar a su rival Woodward, compañero de Dawson en esta historia. También existen otras teorías que atribuyen la invención a otros hombres famosos de la época, como la afirmación de Gould en la que acusa a Teilhard de Chardin de participar en la "conspiración de Piltdown", además en las cartas que Teilhard envió a uno de los científicos que descubrieron el engaño, Gould afirma que Teilhard mintió para ocultar su participación en la intriga. Hasta el momento se desconoce exactamente quién o quiénes fueron los responsables del fraude. Sin embargo, Dawson sigue siendo el principal sospechoso.
El plagio , el adjudicarse los hallazgos del vecino sin acreditar la autoría, el jugar sucio, la falsificación, las chapuzas en el laboratorio o el descubrimiento inventado, son algunos de los muchos fraudes que se produjeron, se producen y se producirán en el mundo de la ciencia con sus diversas ramas si no intentamos poner fin a estas malas prácticas, creando donde todavía no existan organizaciones, instituciones, fundaciones y diversas sanciones contra esto y sin lugar a duda, cerrar el acceso a la financiación federal y así finalizar la carrera científica a todo aquel que haga trampas y una mala utilización de tan escasos recursos,
para intentar beneficiarse a costa de estos falsos descubrimientos, afectando así, sin percatarse, a muchos miles de científicos honestos y escrupulosos de todo el mundo. Por ello muchos de estos científicos tramposos no son conscientes de los efectos secundarios de sus actos, por ello deberían plantearse antes una cuestión, ¿realmente vale la pena arriesgarse?




Referencias:
http://es.wikipedia.org/wiki/Hombre_de_Piltdown
http://www.elpais.com/articulo/futuro/Cientificos/tramposos/elpepusocfut/20080702elpepifut_1/Tes

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